lunes, 30 de abril de 2012

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Hace ya cuatro días. La casa sigue estando vacía y seguirá estándolo por mucho tiempo.

No he empezado a escribir apenas y ya tengo que controlar las lágrimas.

Recuerdo cuando fuimos a aquella casa lejana y te elegimos a ti de entre todos los cachorritos. Todos ladraban, todos jugaban y todos intentaban corretear. Menos tú. Tú estabas en un rincón con cara de pena, las patitas calzadas y una mancha blanca que te ocupaba la cabezota entera y que terminó estando en la rabadilla. Los convencí a todos para que nos quedáramos contigo. Por más que dijeran que eras el más débil de la camada yo sabía que no. Y de hecho has durado más que cualquiera de tus hermanos. Has estado más tiempo aquí alegrándonos la vida.

Estabas siempre en medio de todo. Desde pequeño apuntabas maneras. Ocupaste todo nuestro tiempo desde el minuto uno.

Aún me acuerdo de cuando aprendiste a subir las escaleras. Un escalón era más grande que tú. Te quedaste atrapado arriba, aprendiste a subir pero no a bajar! Tus chillidos eran un espectáculo. El susto que nos diste!

En las primeras navidades comenzaste a dar problemas. No comías nada y decían que te ibas a morir. Pronto empezabas. Llevan toda la vida diciéndotelo. Y aquí has estado hasta que hemos tenido que tomar la decisión porque tú no estabas del todo decidido.

Hemos discutido mucho tú y yo eh? Era la pequeña de la casa y siempre me tuviste algo de celos. Pero luego bien que ibas a dormir a mi cama. O bien que te refugiabas en mí cuando había tormenta o discusión en casa. Los débiles hacemos piña y tú lo sabías.

No se me olvidará nunca tu cara traviesa. Tus ganas de comer a todas horas, lo que sea, menos pienso, claro. Tu manera de hablar sólamente con una mirada y tus habilidad para lanzar la patita contra todo aquello que quisieras.

Lo que has podido correr y saltar. Tuvimos que empezar a cerrar con llave la puerta del jardín porque te nos escapabas a menudo de lo fuerte que empujabas cada vez que pasaba alguien. Eres el perro más cabezota y más bestia y más gordo que he visto nunca.

Nos hicimos mayores juntos. He pasado la mitad de mi vida contigo. Y estos últimos meses que papá y mamá se han ido de viaje más de la cuenta eras la mejor compañía que se pudiera imaginar. Siempre a mi lado, mendigando cariño (y comida, claro). Ladrándome cada vez que te dejaba sólo en el jardín. Con esos ladridos sincronizados y vacíos al final porque te achantabas cuando me acercaba a ti. Haciéndomelo pasar mal porque ya estabas muy malito y no te podía dejar sólo demasiado tiempo. Agradecido siempre. Mimoso siempre. Haciendo ruido siempre. Haciendo saber que estabas ahí.

Ahora la casa está vacía. Y parece exagerado pero no lo es. No se oye el ruido de cada vez que te tumbabas o dabas vueltas en la alfombra hasta que encontrabas tu postura. No se oye tu tos que cada vez se hizo más y más insistente. Salgo del salón y no estás. Cierro la puerta cuando fumo para que no te llegue el humo pero ya no hace falta. Dejo sobras en el plato para dártelas. Voy al baño donde tenías el agua y ya no tengo que tener cuidado con tus babas. Puedo andar descalza por la casa sin que mamá me diga que hay pelos tuyos y que me ponga las zapatillas...y eso no me gusta. Bajo las escaleras para ir a desayunar y no vienes a verme. No me miras cómo subo las escaleras cuando me voy a dormir. Abro la puerta de casa y ya no estás para decirte hola.

Y no lo asumo. No asumo que ya no estés. Y no sabía que esto fuera tan duro, por más que lo llevábamos viendo venir desde hacía mucho tiempo. Al fin y al cabo va a ser verdad que eras mucho más que una mascota. Eras Mi Gordo, y lo seguirás siendo. El mío y el de toda la familia. Te hacías querer. Hasta los amigos que te conocían poco se han entristecido, no han pensado que fuera rara mi reacción porque sabían que eras único.

Tus ronquidos se echan de menos. Ya no se duerme bien por las noches. El ruido de fondo se acabó y ahora no me gusta el silencio.