De eso que un día te despiertas, abres los ojos como puedes (que a mí se me quedan pegados) y entonces sabes lo que quieres.
Es raro, porque normalmente empiezas los días por inercia, pero esta vez estás completamente convencida.
Y te tiras el día en Babia, pensando cómo hacerlo posible, barajando opciones, estudiando éxitos y no deseados fracasos.
Miras a tu alrededor. Escuchas a tu alrededor. Sentada en mi silla de plástico verde, incómoda como una mala cosa pero ensimismada en la piscina, en el ruodo que pueden hacer los pájaros y en los malditos niños que no pueden parar de berrear y enturbian TU silencio.
Pero nada te puede parar y tu cabeza parece una locomotora a todo gas. Esto sí, esto no, esto puede, tengo que ponerme manos a la obra.
Ahora, en un ratito.
Y de repente son las diez de la noche, y físicamente has tirado tu día a la basura, pero no mentalmente.
Meditar de vez en cuando está muy bien, pero agota.
Mañana será otro día... y seguiré necesitando agua para despegarme bien los ojos.